De regreso de Italia y transcurridos unos meses desde el recuento de las boletas de las pasadas elecciones políticas, como suele decirse, en punto muerto, me gustaría hacer algunos comentarios en voz alta sobre lo que se ha dicho, escrito y publicado apresuradamente acerca de las famosas boletas falsificadas, imputadas errónea y calumniosamente a la mano de la USEI y concretamente a su líder, el abajo firmante Eugenio Sangregorio.
Sin embargo, no es así, porque si analizamos detenidamente algunos elementos de este feo y reprobable “affaire”, nos damos cuenta de que Eugenio Sangregorio no es más que la “víctima sacrificial” de este plan criminal urdido a sus espaldas y a las del Partido USEI, por adversarios políticos despiadados y sin escrúpulos que, a los ojos del pueblo y de los electores, ¡aparecen como sepulcros blanqueados! (expresión evangélica y figurada utilizada para referirse a las personas falsas e hipócritas que ocultan comportamientos deshonestos o reprobables cubriéndolos con un barniz de rectitud irreprochable).
Se trata, por desgracia, de un tema que siempre ha interesado a la humanidad.
Ya en la época griega de Atenas existía la posibilidad de calumniar y expulsar a alguien de la ciudad con la condición de que un determinado número de personas transcribieran anónimamente su nombre en un fragmento de arcilla, y así no sólo los deshonestos, los infames, los malvados, los traicioneros, sino incluso los demasiado honrados podían ser fulminados y castigados con el exilio temporal.
Prueba de ello es la condena de Arístides, que por ser demasiado honesto y considerado demasiado justo fue así expulsado de la comunidad de la ciudad.
De los griegos, la historia pasó a los romanos y así a los herederos como nosotros, los italianos, que de otras formas hemos heredado el vicio de la crítica, amparándonos en el anonimato o utilizando nombres rebuscados.
En el caso de las elecciones generales, hacía falta un “chivo expiatorio”, es decir, alguien a quien identificar como responsable de culpas colectivas respecto de las cuales, en realidad, es inocente, alguien que tendrá que sufrir el castigo por errores que no cometió, alguien sobre quien descargar la culpa y la responsabilidad, protegiendo en cambio a los verdaderos culpables. ¿Y quién podría ser sino Eugenio Sangregorio?
Eugenio Sangregorio es el líder de la USEI, Sangregorio es el que, injustamente, ha sido asociado al asunto de Adriano Cario, el senador pretextualmente expulsado del Senado con un juicio político de pura inquisición, de caza de brujas y del que “otros” le han utilizado y se han servido de él, incluso para obtener importantes cargos subgubernamentales, ¡sólo para abandonarlo a su suerte, en el altar de los sacrificios!
Sangregorio -habrán pensado los autores de la despreciable trama criminal- siempre ha sido coherente en sus actividades políticas. En la pasada legislatura se alineó con el centro-derecha y la USEI formó el componente con Noi Con l’Italia, y como desde hacía al menos dos años era seguro que el centro-derecha ganaría estas elecciones, entonces -debieron pensar los autores de este colosal fraude electoral- ¿por qué no intentar ocupar ese escaño de todas las formas posibles para que la USEI y Sangregorio dejaran de estar en el Parlamento?
¿Y cómo neutralizar, o más bien destruir la figura de Sangregorio, su imagen, su reputación y la de su partido USEI si no es con una operación electoral solapada pero a la vez impactante y colosal?
Los que urdieron esta sórdida estafa de las boletas falsificadas debieron pensar lo mismo: si no utilizamos un método para identificar inmediatamente al “chivo expiatorio” que hemos identificado en Eugenio Sangregorio, e incluso si rellenamos miles de boletas con el mismo bolígrafo, la misma tinta y la misma mano, haciendo que la gente clame escandalizada que la misma mano y el mismo bolígrafo rellenaron miles de papeletas, corremos el riesgo de que el Consejo Electoral de la Cámara -para llegar a un veredicto final comprobando todas las papeletas- tarde toda la legislatura como ocurrió con el caso Cario.
Estos malhechores aún se habrán dicho a sí mismos: ¡Lo que hace falta, pues, es algo llamativo, algo que clame inmediatamente escándalo, algo que ponga al escrutador de Roma en la obvia tesitura de decir inmediatamente que estas boletas son falsas y deben ser declaradas nulas!
Lo que se necesita, por tanto, es un error flagrante, muy evidente, un error flagrante, grosero, atroz, extraordinario, ¡algo que salte inmediatamente a la vista y llame la atención!
¿Y qué se puede señalar inmediatamente sino el error consciente de escribir “DIPUTATI” en lugar de “deputati” y, además, de utilizar un COLOR diferente que ya se ve a mil kilómetros de distancia que no es el mismo que el de las papeletas originales?
Estos torpes individuos -preventivamente avisados por alguien de la autoridad- aún se habrán dicho: ¿dónde hacerlo si no es en lugares donde no hay dificultad (para imprimir) el sobre con el código de identificación del Consulado (el Código QR) y así llamar la atención de todos, votantes, periodistas, etc., sobre este “escándalo”, haciendo que las boletas sean del mismo color que las originales? a este “escándalo”, llamando así arteramente la atención sobre los resultados obtenidos por todos los demás partidos y candidatos (votos de lista y preferenciales), que, si se examinan detenidamente, podrían provocar un escándalo?
Confieso que no siento más que compasión por quienes tiran piedras y luego esconden cobardemente las manos.
Que sepan, sin embargo, los autores de este acto reprobable que -aunque encontrar en Eugenio Sangregorio al chivo expiatorio haya sido para ellos un “negocio” no sólo político sino también económico- el que suscribe no dejará de luchar con todas sus fuerzas y en todos los foros apropiados, para ver triunfar la verdad y la justicia y, por supuesto, ¡la condena de los culpables!
San Isidro 11/04/2023
On. Eugenio Sangregorio