Cuando llegué al Puerto de Buenos Aires, en febrero de 1957, yo era un joven de 17 años que no hablaba una palabra de español
Cuando llegué al Puerto de Buenos Aires, en febrero de 1957, yo era un joven de 17 años que no hablaba una palabra de español. Sufrí con mis padres, mis amigos y todos mis seres queridos, todos los síntomas del desarraigo de mi pueblo de origen BelvedereMarittimo, la única tierra que conocía y consideraba “hogar” que se encontraba apañada por uno de los periodos másdramáticos de la historia de la humanidad. Después de perder una larga guerra, mi país se encontraba de rodillas, así como los demás países de la coalición que habían perdido y aquellos que habían ganado, pero que habían depositado todos sus recursos en el conflicto bélico. Una guerra implica solo destrucción, nada de constructivo nace de ella, deja solo lágrimas de desesperación y un vacío inexplicable en la gente que ha debido pasar por esa experiencia. Los italianos que vivimos en el exterior sabemos bien como acostumbrarnos a empezar de nuevo, descubrir esas gotas de vida y de esperanza que se albergan en nuestro corazón y siempre nos permiten afrontar realidades que un normal ser humano, describiría como inalcanzables.
Mi familia me enseño los valores que se alojan en mi ADN; el valor del trabajo, el espíritu de sacrificio, de compartir lo poco que se poseía para poder subsistir entre todo nuestro grupo familiar y el de ir a dormirnos con la idea de un futuro mejor, rodeados de amor.
Descubrí en un corto periodo de tiempo, que mi familia había tomado la decisión justa. Argentina era un país rico y Buenos Aires, la ciudad del trabajo y de la cultura, se encontraba llena de recursos, un crisol de etnias que habían huido de un destino atroz, pero querían resurgir mejorarse y garantizarle a las nuevas generaciones, mejores posiciones sociales y estudios.
No paso mucho tiempo y me empecé a sentir también ciudadano argentino, con sus valores y agradeciendo la bienvenida y las oportunidades que había tenido desde el día en el que había llegado. Este país, me permitió emanciparme, para construir una nueva familia que creció con el amor por las dos naciones y que más tarde trabajaría para mantener los lazos entre ambos países, llenándome de orgullo por la función desempeñada por mi hija Valeria.
Cuando uno se siente hijo de dos naciones comienza a chocar con las leyes imperantes de ciudadanía y de residencia. Tramites que a veces parecían incomprensibles o inalcanzables.
Luche entonces por crear junto a otros iluminados de la época el Movimiento italo Argentino de Participación Cívica(MIA), donde aun poseo el cargo de Presidente, para luchar por la integración completa y definitiva en esta hermosa tierra de oportunidades ilimitadas.
Si un Italiano guiado por su amor al país de adopción quería convertirse en ciudadano Argentino, en aquella época, debía renunciar a su ciudadanía de origen, práctica que siempre me pareció ingrata y totalmente ilegal.
No podemos olvidar que hay ejemplos increíbles de queridos compatriotas, que para ocupar un empleo público o enseñar su idioma natal, tuvieron que renunciar sin pensarlo dos veces a su nacionalidad Italiana: aumentando aúnmás su sentimiento de ruptura con su país de origen y su familia, núcleo primordial de cualquier ser humano.
Fue entonces cuando, junto con muchos otros compatriotas o argentinos que compartieronmí mismo sentimiento, fuimos capaces de cambiar la historia de los extranjeros que vivíamos en Argentina, en ocasión de la Reforma Constitucional de la provincia de Buenos Aires, pudimos presentar nuestro proyecto: los constituyentes de todas las fuerzas políticas, aprobaron por unanimidad mi proyecto y hoy en la Constitución Provincial, los extranjeros podemos aspirar a ser Diputados, Senadores, Intendentes, Concejales e inclusive Gobernadores en calidad de extranjeros, con solo contar con 5 años de residencia en el ámbito de la provincia.
Mi sueño compartido por muchos otros connacionales finalmente se hacía realidad, la de poder votar en un país extranjero, como lo era la Argentina y también de poder ser elegido para un papel representativo en nuestra segunda Patria, el sueño del pibe, había llegado a realizarse en este país lleno de oportunidades para la gente de bien y de sanos principios.
He podido recibir los apretones de manos de agradecimiento de mis connacionales y de otros ciudadanos del mundo que como yo, querían aportar su granito de arena para mejorar esta gran Nación.
El Partido Usei representa otro de mis hijos, fruto de 60 años de trabajo junto a la Colectividad Italiana, trabajando en silencio y levantando la voz solo para garantizarle a nuestra gente los derechos que le pertenecen y por luchar diariamente para mejorar su calidad de vida y su relación con su tierra de origen, NUESTRA TIERRA DE ORIGEN sin dejar de lado nuestra segunda tierra de adopción, sino creando un puente de unión entre ambos pueblos. Es por eso que hoy puedo recordar con una sonrisa, a ese joven de diecisiete años que llego a este país sin conocer el idioma pero que logro con sudor, crearse un camino, no privo de obstáculos pero que decidió levantarse ante cada caída, creyendo cada vez más en sus valores y raíces que le daban ese toque de distinción especial que le permitieron crear sus empresas y luchar diariamente por su gente.